domingo, 2 de febrero de 2014

El patio de mi cole es particular

 
El patio de un colegio encierra toda una cosmogonía pero, aunque el mundo está apenas naciendo, ya contiene todas sus miserias y grandezas. Andando entre los chavales siempre hay que estar alerta ante los descalabros y las peleas. Por eso me acerco a un grupo de niños que ha empezado a tirarse barro. Lo encuentro divertido, incluso poco dañino frente a las guerras de pedradas que me apasionaban de pequeña. Sin embargo, estoy segura que sus padres recriminarían mi indolencia comprensiva. Así que aislo a los pequeños delincuentes. Es fácil. Sus manos manchadas de barro los delatan. El castigo no es muy severo. Una buena charla y un rato sin jugar. Cada uno en un lado del patio. Miro el reloj a menudo para no excederme. Si tuviera botas de agua es probable que yo misma chapoteara en el charco. Por fin, los libero. Dos de ellos corren raudos a jugar y se esfuman entre el resto. El tercero se queda ahí sentado y no experimenta ninguna alegría. Parece que al acabarse la diversión del barro le quedan ya pocos alicientes. Me acerco. Compungido me dice que sus dos amigos no están, que no le divierte el fútbol... y una larga lista de agravios que le separan de sus compañeros de clase. Pienso que exagera un poco y le insisto para que juegue. Le confieso mi falta de habilidades sociales a su edad y le intento hacer ver que debe adaptarse, que jugando al fútbol se divertirá, que tiene que ceder un poquito con el resto... Charla de profe para que el muchacho no sufra demasiado. Entonces, me mira a los ojos y comienza un aterrador discurso. "Profe, es que tú no entiendes lo duro que es estar lejos de tu familia, de tus primos de tus tíos... ¿Con quién voy a jugar si mis padres llegan casi a las 21:00 y no tengo hermanos?". Y me empieza a atraladar ese "No sabes lo duro que es..." casi entre lágrimas, una y otra vez, mostrando una soledad aterradora. Le miro. Tiene siete años y parece ya un anciano. He de confesar que me da bastante miedo, parece que miro en un espejo de vacío y ansiedad. Antes de que le diga lo puta que es la vida y hundirle en la más honda de las miserias, llega una niña con una brecha en la frente. Suspiro, casi feliz, me disculpo ante el muchacho que sigue hablando y empiezo a sentirme algo más útil. Al menos la brecha en la frente dejará de sangrar con unos pequeños cuidados. Para lo otro no tengo ningún remedio en la chistera.

2 comentarios:

  1. En efecto, los adultos entienden, entendemos, poco de la vida. Han olvidado ya que todos los universos posibles residen en la infancia, caben en esa ceremonia del descubrimiento de la nada.
    Abrazos, siempre

    ResponderEliminar