Mi infancia fue un laberinto
por el que cruzaba
de camino a casa.
Entraba a jugar
y las ramas de los setos
me arañaban los tobillos y los brazos.
Cuando me perdía
gritaba el nombre de mi madre,
que nunca contestaba.
Aquel lugar olía a meo,
había plásticos llenos de moco blanco.
Al correr (tenía miedo)
esquivaba jeringuillas

De los cuatro caminos
pronto aprendí
a recorrer el correcto.
Seguía buscándolo
sólo por el placer de hacerlo.
Supongo que como los otros niños.
Aprendí a sortear también las ramas
y ser sigilosa.
Nunca conté lo que vi dentro,
como todos, supongo.
Las madres
(ahora lo sé)
nunca entraron a buscarnos.
Sara R. Gallardo, Epidermia, El Gaviero Ediciones.
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