Paz Cornejo
lunes, 8 de febrero de 2016
domingo, 20 de septiembre de 2015
MARE VOSTRUM
Pájaros surcan el agua
que se ahogan en el mar.
No hace falta funeral:
tan sólo escuchar el murmullo de las olas.
No hace falta la estadística:
tan sólo contar la arena y las estrellas.
En tu fondo albergas
un osario plagado de calaveras,
de huesos de niño,
de gritos de muchacha,
de ardor de joven,
de desvelos de padre.
En tu fondo registras
una fosa común
de maletas, visados y memorias,
laceradas vidas de migrante.
En cada caracola se oye la pesadilla
de una guerra,
del chasquido del hambre,
de la letanía de un desierto,
de la desesperanza y la agonía.
Me encantaría bucear en los pecios de tu sangre,
desenterrar el hueso de tu sueño
y conocer su consistencia.
Pero no hay esquelas en el agua,
no hay nombres que grabar en piedra,
tan solo lágrimas de madre
que acarician el mar.
Paz Cornejo
lunes, 13 de julio de 2015
Ejercicio de endurecimiento del cuerpo
La abuela nos pega a menudo con sus manos huesudas, con una escoba o un trapo mojado. Nos tira de las orejas, nos da tirones del pelo.
Otras personas también nos dan bofetadas y patadas, no sabemos muy bien por qué.
Los golpes hacen daño, nos hacen llorar.
Las caídas, los arañazos, los cortes, el trabajo, el frío y el calor también son causa de sufrimiento.
Decidimos endurecer nuestro cuerpo para poder soportar el dolor sin llorar.
Empezamos por darnos bofetadas el uno al otro, después puñetazos. Viendo que llevamos la cara tumefacta, la abuela nos pregunta:
—¿Quién os ha hecho esto?
—Nosotros mismos, abuela.
—¿Os habéis pegado? ¿Por qué?
—Por nada, abuela. No te preocupes, es un ejercicio.
—¿Un ejercicio? Estáis completamente chiflados. Bueno, si eso os divierte...
Vamos desnudos. Nos golpeamos el uno al otro con un cinturón. Nos vamos diciendo, a cada golpe:
—No ha dolido.
Nos golpeamos fuerte, cada vez más y más fuerte.
Pasamos las manos por encima de una llama. Nos cortamos con un cuchillo el muslo, el brazo, el pecho, y nos echamos alcohol en las heridas. Cada vez, nos decimos:
—No ha dolido.
Al cabo de un cierto tiempo, efectivamente, ya no sentimos nada. Es otro quien siente dolor, otro el que se quema, el que se corta, el que sufre.
Nosotros ya no lloramos.
Cuando la abuela está enfadada y grita, le decimos:
—No grites más, abuela, y péganos.
Y cuando ella nos pega, decimos:
—¡Más, abuela! Mira, ponemos la otra mejilla, como dice en la Biblia. Péganos en la otra mejilla, abuela.
Ella responde:
—¡Idos al diablo con vuestra Biblia y vuestras mejillas!
Agota Kristof, El gran cuaderno
lunes, 1 de junio de 2015
Lo que podría ser una hoja de mi diario
AUTOBIOGRAFÍA
Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.
Luis Rosales, La casa encendida
Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.
Luis Rosales, La casa encendida
Emilio González Sainz, cuadro de la serie Paisaje de Invierno, óleo sobre lienzo
viernes, 8 de mayo de 2015
Amar la herida
III
Las niñas eras hemosas.
Aunque no lo fueran.
Nosotras nos mordíamos la boca para provocar
la llaga.
nos abríamos las rodillas y después
arrancábamos la costra, mostrábamos
el hueso a las niñas.
Las obligábamos a mirar.
Nunca quisimos la cura.
Las niñas eras hemosas.
Aunque no lo fueran.
Nosotras nos mordíamos la boca para provocar
la llaga.
nos abríamos las rodillas y después
arrancábamos la costra, mostrábamos
el hueso a las niñas.
Las obligábamos a mirar.
Nunca quisimos la cura.
Carmen Juan, Amar la herida, La Bella Varsovia
Flashdance by Sadrine Pelletier
jueves, 16 de abril de 2015
A room with a view
A pesar de todo, a pesar de ser las ratas del cielo, las palomas saben mucho más sobre el azul que yo.
miércoles, 25 de febrero de 2015
Sentencias de la niña lúcida
No me puedo quejar de absolutamente de ninguna de las enfermedades que vinieron porque, con la inteligencia que sólo puede poseer una niña de cinco años, yo sabía, a ciencia cierta, que aquel día me moría. Y eso que no tenía ni idea de alergias, ni de epitelio animal, ni de neumonías ni asma ni de nada que se le parezca. Y hubiese sido así si aquel médico, tan grande y con barba, no me hubiese recetado algo tan aparentemente sencillo como antibióticos. Fue tan sencillo que me horroriza pensar que hubiese ocurrido si hubiese nacido en otro siglo, en otro continente, en otra familia o en ninguna. Recuerdo perfectamente la presión en el pecho, el ruido de cuerpo desgastado que emitían mis pulmones, mis labios casi púrpura que le pedían a mi madre que me diera la mano y como se me iba la vida en cada suspiro. Es probable que, por un rato, yo estuviera condenada a la muerte y ahora ¿qué quiero?… ¿que después de haber vivido muchos más años de prestado todo marche como la seda? Creo que si se lo preguntará a la niña lúcida de cinco años me diría que bastante es con que no te has muerto y que alguien tuvo la idea de inventar la penicilina. Y me cerraría la boca y me quedaría tan callada como se quedó mi madre cuando aquella niña pronunció su severa sentencia: “Mamá, me estoy muriendo.” Pero al final, yo le diría, con mucha rabia: “Sí, pero tú te quedaste sin gato y bien que lloraste”. Porque, las dos, seguimos siendo igual de vulnerables y tenemos la misma mala leche.
Foto de Laura Williams
lunes, 3 de noviembre de 2014
Telegramas de Alberto Pizarro Gómez en La chicharra al sol
Siempre es una alegría que te pidan formar parte de una lectura poética. Da igual cual sea el papel que se ejerza. En este caso, me toca presentar, así que me quitaré muy rápidamente los nervios de encima y le dejaré la responsabilidad a Alberto Pizarro. Una gran oportunidad para ser golpeado por sus haikus.
Declaración de guerra
Huele a diluvio.
Las hormigas exhiben
sus alas bélicas
domingo, 29 de junio de 2014
Sumergirse en Nayagua desde el cielo
He tenido la suerte de que la revista Nayagua aceptara la publicación de mis poemas y compartir cartel con mucha gente a la que leo y que admiro.
Colaboran:
Álex Chico / José María Cumbreño / Álvaro García / José Luis Gómez
Toré / Raquel Lanseros / Yaiza Martínez / Ana Pérez Cañamares / Reina María
Rodríguez / Miriam Reyes / Víctor Rodríguez Núñez / Jenaro Talens / Anna Gual /
Joan Duran / Zhivka Baltadzhieva / Luis Melgarejo / Joanna Studzinska / Ernesto
Castro / Paz Cornejo / María García Zambrano / Pedro José Morillas Rosa /
Gradelio Pérez / Patricia Serra / Teresa Soto / Sara Torres / Manuel Rico / Luis
Luna / Sara Castelar / Cristián Gómez Olivares / Nacho Miranda / Pablo López
Carballo / Verónica Aranda / Gabriel Cortiñas / José María Castrillón / Escuela
de Haiku Makoto / Ana Gorría / Noni Benegas / Alba González Sanz / Mario Martín
Gijón / Andrés Catalán / Lupe Grande / Olga Muñoz / Juan Soros / Antonio Ortega
/ Luz Pichel / Mª Ángeles Pérez López / Juan Carlos Abril / Chus Arellano /
Pablo Luque Pinilla / Walter Cassara / José de María Romero Barea / Pilar Martín
Gila / Mario Domínguez Parra / Vicente Luis Mora / Juan Antonio Bermúdez /
Alicia Andrés Ramos / Esther Ramón / Alberto García Teresa / La mujer abisinia /
Benjamín León / Eugenio Torijano / Luis Alberto de Cuenca / José Pérez Carranque
/ Sonia Aldama Muñoz / Juan Ignacio Guijarro / Alberto Santamaría / Luis Bagué
Quílez / Eva Chinchilla / Soledad González Ródenas / Javi Sanmartín / Gabriel
Núñez Hervás / Ángel Manuel Gómez Espada / Juan de Dios García / Antonio Rivero
Taravillo / Juan Pedro Rodríguez Murillo / Carlos de France / Carmen Camacho /
Raquel López Lobato / Juan Murube / José Ramón González / Ángel Guinda / Erika
Martínez / Carlos Marzal / Julia Otxoa
viernes, 14 de marzo de 2014
sábado, 1 de marzo de 2014
Limpiar la casa y la vida porque es sábado
III
Voy a hacerme una herida que comience del vientre y me llegue hasta la cabeza, limpiar cualquier deformación interna, limpiar las paredes, lavarme los órganos con agua salada, limpiar toda transferencia antecesora para nacer de nuevo, esta vez sin ninguna enfermedad hereditaria sin ningún miedo patológico.
Aleida Belem Salazar
sábado, 22 de febrero de 2014
De cuando alguien escribe sobre tu propia vida
LAS MADRES
Mi infancia fue un laberinto
por el que cruzaba
de camino a casa.
Entraba a jugar
y las ramas de los setos
me arañaban los tobillos y los brazos.
Cuando me perdía
gritaba el nombre de mi madre,
que nunca contestaba.
Aquel lugar olía a meo,
había plásticos llenos de moco blanco.
Al correr (tenía miedo)
esquivaba jeringuillas
y papeles de alumnio.
De los cuatro caminos
pronto aprendí
a recorrer el correcto.
Seguía buscándolo
sólo por el placer de hacerlo.
Supongo que como los otros niños.
Aprendí a sortear también las ramas
y ser sigilosa.
Nunca conté lo que vi dentro,
como todos, supongo.
Las madres
(ahora lo sé)
nunca entraron a buscarnos.
Mi infancia fue un laberinto
por el que cruzaba
de camino a casa.
Entraba a jugar
y las ramas de los setos
me arañaban los tobillos y los brazos.
Cuando me perdía
gritaba el nombre de mi madre,
que nunca contestaba.
Aquel lugar olía a meo,
había plásticos llenos de moco blanco.
Al correr (tenía miedo)
esquivaba jeringuillas
y papeles de alumnio.
De los cuatro caminos
pronto aprendí
a recorrer el correcto.
Seguía buscándolo
sólo por el placer de hacerlo.
Supongo que como los otros niños.
Aprendí a sortear también las ramas
y ser sigilosa.
Nunca conté lo que vi dentro,
como todos, supongo.
Las madres
(ahora lo sé)
nunca entraron a buscarnos.
Sara R. Gallardo, Epidermia, El Gaviero Ediciones.
domingo, 16 de febrero de 2014
Lectura en Librería Diógenes
El próximo jueves 20 de febrero a las 20:30 tengo el placer de participar en el ciclo de Poesía que organiza Matías Escalera en la libería Diógenes de Alcalá de Henares. Leeré poemas de Desaires metropolitanos junto a José Pejó Vernis y Cistina Penalva.
Muchos de los libros que atesoro y que conforman mi formación literaria los compré allí, cuando estudiaba en la universidad. Hay una mezcla entre lecturas obligatorias y antojos. Me dejé las pesetas y las horas disfrutando de su fondo. Por eso me hace especial ilusión participar de uno de sus momentos. Ser parte de lo que me ha conformado como poeta y devolver una mínima fracción de todo lo entregado.
lunes, 10 de febrero de 2014
La abuela infértil
Me entristece la perspectiva de que mis
padres me vean hacerme mayor. No sólo el hijo asiste
al envejecimiento de los padres, lo que ya es bastante doloroso,
es que éstos asisten al del hijo, que es peor.
Elise Plain
La historia de una madre que siempre acunó a sus hijos. Se sacrifico quizás demasiado por ellos. Atribulada permanecía atenta a su respiración. Sabía de sus debilidades y desgracias. Envolvió su cuerpo en semillas.
Enterró sus propias manos y pies esperando el fruto. Pequeños tubérculos infructuosos. Cuatro vástagos que degeneraron el amor en podredumbre.
La madre ya no podía moverse. Se convirtió en una astilla anclada en la tierra. Ya sin hojas, sin raíces y sin frutos.
La madre no volvió a tener brazos en los que acuñar retoños. No quiso levantar la voz. Nadie le había enseñado.
Expectante ansiaba la lluvia pero sólo conocía la sequía.
Enterró sus propias manos y pies esperando el fruto. Pequeños tubérculos infructuosos. Cuatro vástagos que degeneraron el amor en podredumbre.
La madre ya no podía moverse. Se convirtió en una astilla anclada en la tierra. Ya sin hojas, sin raíces y sin frutos.
La madre no volvió a tener brazos en los que acuñar retoños. No quiso levantar la voz. Nadie le había enseñado.
Expectante ansiaba la lluvia pero sólo conocía la sequía.
Se escapan los días y no habrá cosecha.
domingo, 2 de febrero de 2014
El patio de mi cole es particular
El patio de un colegio encierra toda una cosmogonía pero, aunque el mundo está apenas naciendo, ya contiene todas sus miserias y grandezas. Andando entre los chavales siempre hay que estar alerta ante los descalabros y las peleas. Por eso me acerco a un grupo de niños que ha empezado a tirarse barro. Lo encuentro divertido, incluso poco dañino frente a las guerras de pedradas que me apasionaban de pequeña. Sin embargo, estoy segura que sus padres recriminarían mi indolencia comprensiva. Así que aislo a los pequeños delincuentes. Es fácil. Sus manos manchadas de barro los delatan. El castigo no es muy severo. Una buena charla y un rato sin jugar. Cada uno en un lado del patio. Miro el reloj a menudo para no excederme. Si tuviera botas de agua es probable que yo misma chapoteara en el charco. Por fin, los libero. Dos de ellos corren raudos a jugar y se esfuman entre el resto. El tercero se queda ahí sentado y no experimenta ninguna alegría. Parece que al acabarse la diversión del barro le quedan ya pocos alicientes. Me acerco. Compungido me dice que sus dos amigos no están, que no le divierte el fútbol... y una larga lista de agravios que le separan de sus compañeros de clase. Pienso que exagera un poco y le insisto para que juegue. Le confieso mi falta de habilidades sociales a su edad y le intento hacer ver que debe adaptarse, que jugando al fútbol se divertirá, que tiene que ceder un poquito con el resto... Charla de profe para que el muchacho no sufra demasiado. Entonces, me mira a los ojos y comienza un aterrador discurso. "Profe, es que tú no entiendes lo duro que es estar lejos de tu familia, de tus primos de tus tíos... ¿Con quién voy a jugar si mis padres llegan casi a las 21:00 y no tengo hermanos?". Y me empieza a atraladar ese "No sabes lo duro que es..." casi entre lágrimas, una y otra vez, mostrando una soledad aterradora. Le miro. Tiene siete años y parece ya un anciano. He de confesar que me da bastante miedo, parece que miro en un espejo de vacío y ansiedad. Antes de que le diga lo puta que es la vida y hundirle en la más honda de las miserias, llega una niña con una brecha en la frente. Suspiro, casi feliz, me disculpo ante el muchacho que sigue hablando y empiezo a sentirme algo más útil. Al menos la brecha en la frente dejará de sangrar con unos pequeños cuidados. Para lo otro no tengo ningún remedio en la chistera.
viernes, 3 de enero de 2014
La soledad de las formas
CURVAS
La mano que busca se desliza como un caracol frío. Encontrar. No encontrar. Todo lo que deshace. Algo más, contra el tiempo las formas aparecen como huesos alzados de una fosa común. Sin embargo, volvemos a aparecer tan rápidos y hermosos como una nueva era: los dichosos y tristes. Todos rostros sin nombre. Los cuerpos marcan minúsculos caminos como lentros meandros. Alrededor, sin embargo, lo que aparece ha desaparecido.
Ana Gorría, La soledad de las formas, Sol y sombra poesía, Santander, 2013.
lunes, 25 de noviembre de 2013
miércoles, 13 de noviembre de 2013
Desaires metropolitanos se cuela en Koult.es
Desaires metropolintanos me está dando más alegrías de las que esperaba. En Koult.es ha aparecido una reseña que firma Uxue Juárez. No sé si me merezco tanto honor, pero pienso disfrutarlo. ¡Gracias!
Uxue Juárez, A Paz Cornejo le ruge la metrópoli al oído, en Koult.es, 8 de noviembre de 2013
martes, 12 de noviembre de 2013
FILIPINAS
Vaya la demagogia por delante. Avisado queda el lector y que luego no me reproche nada.
Primer caso. Una compañera de trabajo me comenta que sus hijas estaban un poco nerviosas estos últimos días. La semana pasada see quedaron un día en la calle porque se había quedado bloqueada la puerta de su casa. Una tarde. Pongamos que una 1:30. Estaban con su madre. Una vecina las doy de cenar. Les contaron un cuento nuevo. Papá no estaba. Mi compañera me cuenta que su niña más pequeña ha vuelto por la noche a colarse entre papá y mamá y a decir que tiene miedo.
Segundo caso. He de reconocer que no conozco a estas dos niñas. Que nunca les he dado un beso, que no he jugado con ellas. Pero igual también sé de sus lágrimas. Dos niñas, en la calle. A sus padres les han deshauciado. Sólo pueden llevarse un par de juguetes. Mamá no sabe qué les va a dar de cenar. Papá llora. Ya no hay pesadillas por la noche. Las niñas se secan las lágrimas para no hacer sufrir a su papá.
Tercer caso. Devastación total. Un tifón ha arrasado su casa. Las niñas, de la mano, recorren sin zapatos un lugar de escombro. Me gustaría describirlo pero no creo que alguien pueda abarcar lo que significa que ya no exista ni tu casa, ni tu colegio, ni tu barrio, ni tu ciudad, ni tus vecinos, ni tus padres. Ni 10.000 almas sobre la tierra. Vómito de mar e infierno. No creo que estas niñas puedan volver a dormir sin sentir agua en el interior de su pecho.
Yo quiero ser la vecina que ayude a dos niñas que se han quedado sin cenar hasta que llegue el del seguro. Quiero ser la ciudadana que exija a su gobierno y a sus leyes para que dos niñas no se puedan quedar sin casa. Y no, NO quiero ser un lector de Le Figaro y decir que no estoy dispuesta a ayudar a Filipinas por una u otra razón. No soy una ingenua. Sé que habrá más de uno que se quedará con parte de lo que les entrego. Pero, lo haré, aunque de mi aportación sólo les llegue un vaso de agua a esas niñas aterrorizadas que ya no lloran porque no tendrán consuelo.
Ya lo dije. Que nadie me diga lo contrario.
Primer caso. Una compañera de trabajo me comenta que sus hijas estaban un poco nerviosas estos últimos días. La semana pasada see quedaron un día en la calle porque se había quedado bloqueada la puerta de su casa. Una tarde. Pongamos que una 1:30. Estaban con su madre. Una vecina las doy de cenar. Les contaron un cuento nuevo. Papá no estaba. Mi compañera me cuenta que su niña más pequeña ha vuelto por la noche a colarse entre papá y mamá y a decir que tiene miedo.
Segundo caso. He de reconocer que no conozco a estas dos niñas. Que nunca les he dado un beso, que no he jugado con ellas. Pero igual también sé de sus lágrimas. Dos niñas, en la calle. A sus padres les han deshauciado. Sólo pueden llevarse un par de juguetes. Mamá no sabe qué les va a dar de cenar. Papá llora. Ya no hay pesadillas por la noche. Las niñas se secan las lágrimas para no hacer sufrir a su papá.
Tercer caso. Devastación total. Un tifón ha arrasado su casa. Las niñas, de la mano, recorren sin zapatos un lugar de escombro. Me gustaría describirlo pero no creo que alguien pueda abarcar lo que significa que ya no exista ni tu casa, ni tu colegio, ni tu barrio, ni tu ciudad, ni tus vecinos, ni tus padres. Ni 10.000 almas sobre la tierra. Vómito de mar e infierno. No creo que estas niñas puedan volver a dormir sin sentir agua en el interior de su pecho.
Ya lo dije. Que nadie me diga lo contrario.
domingo, 10 de noviembre de 2013
Relativo al mundo y su codicia
"Yo creí que el oro
era el sol enfríado en la tierra,
veo en su brillo pálido
las heces secas de la ordinariez"
Ángel Guinda, (Rigor vitae), Olifante Ediciones de poesía.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)