Todo el mundo quiere tener un padre. Es una pieza fundamental del puzzle. Forma parte de nuestras expectativas. Todos vemos anuncios y películas de devotos padres y amados hijos. Repudiar es un tabú. No amar a tu padre, un pecado. Honrarás a tu padre y a tu madre. Aunque tu padre humille a tu madre, tú quieres tener un padre. Aunque tu padre pegue un bofetón a tu madre, tú quieres tener un padre. Aunque a tu madre le rompan las costillas, tú debes querer a tu padre. Alguien dijo en la tele que aunque tu padre sea un maltratador puede ser un buen padre y tú te aferraste a esa idea. Aunque llores, te escondas, tengas miedo, te devore la angustia y la impotencia. Porque quizás nunca te puso la mano encima. Quizás te llevó algún día al colegio. Incluso algún día viste a tu madre sonreír y mirarte con ojos prestados, con una alegría que no era la suya. Aún confías en los lugares invisibles. En tu cuarto, en el armario o debajo de la cama. Siempre puedes subir la música o irte a casa de un amigo. Puedes ignorar los silencios y los gritos, el dolor y el miedo. Puedes conformarte. Puedes aferrarte a las promesas y al “ya no lo haré más” y al “quiero cambiar”. El futuro siempre nos promete lo que nunca hemos tenido. Puedes sentirte culpable porque tú hiciste ruido, molestaste a tu padre y tu madre recibió una paliza. O porque te llevó a la piscina y algún padre habló de más a tu madre. Pero, sobre todo, te sentirás culpable porque no pudiste hacer nada, porque no la defendiste, porque tu madre envejeció de lágrimas y sufrimiento y tú solo estabas allí, viéndolo, con una herida imborrable en los recuerdos y deseando que algo malo le pasara a ese hijo de puta que es tu padre.
lunes, 30 de mayo de 2011
Tu también quieres tener un padre
Todo el mundo quiere tener un padre. Es una pieza fundamental del puzzle. Forma parte de nuestras expectativas. Todos vemos anuncios y películas de devotos padres y amados hijos. Repudiar es un tabú. No amar a tu padre, un pecado. Honrarás a tu padre y a tu madre. Aunque tu padre humille a tu madre, tú quieres tener un padre. Aunque tu padre pegue un bofetón a tu madre, tú quieres tener un padre. Aunque a tu madre le rompan las costillas, tú debes querer a tu padre. Alguien dijo en la tele que aunque tu padre sea un maltratador puede ser un buen padre y tú te aferraste a esa idea. Aunque llores, te escondas, tengas miedo, te devore la angustia y la impotencia. Porque quizás nunca te puso la mano encima. Quizás te llevó algún día al colegio. Incluso algún día viste a tu madre sonreír y mirarte con ojos prestados, con una alegría que no era la suya. Aún confías en los lugares invisibles. En tu cuarto, en el armario o debajo de la cama. Siempre puedes subir la música o irte a casa de un amigo. Puedes ignorar los silencios y los gritos, el dolor y el miedo. Puedes conformarte. Puedes aferrarte a las promesas y al “ya no lo haré más” y al “quiero cambiar”. El futuro siempre nos promete lo que nunca hemos tenido. Puedes sentirte culpable porque tú hiciste ruido, molestaste a tu padre y tu madre recibió una paliza. O porque te llevó a la piscina y algún padre habló de más a tu madre. Pero, sobre todo, te sentirás culpable porque no pudiste hacer nada, porque no la defendiste, porque tu madre envejeció de lágrimas y sufrimiento y tú solo estabas allí, viéndolo, con una herida imborrable en los recuerdos y deseando que algo malo le pasara a ese hijo de puta que es tu padre.
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